diumenge, 4 de març del 2012

Odia no poder odiarle.

Ahora se gira para verlo marchar. Cada vez que se despiden, cuenta los días que faltan y llama con cualquier excusa sólo para escuchar una voz. Ahora todo es jodidamente complicado, porque los sentimientos de los que no consigue librarse no la dejan pensar con claridad. Ni respirar. Y quiere escapar por la puerta de atrás antes de que el dolor se haga insoportable, pero no puede. Está aquí, inmóvil, atrapada. Viviendo siempre a tu lado sin estar contigo. Y odia, odia todo lo que puede y más su aspecto, su pelo, sus botas, su forma de hablar, que lea su pensamiento, que tenga razón. Tenerlo cerca y no tenerlo. Que siempre esté y no esté. Odia no poder odiarlo. Porque no lo odia ni siquiera un poco, nada en absoluto. No ha elegido su sonrisa, ni que la mire de esa forma que solo lo hace él. No ha elegido tampoco necesitar sus abrazos, ni necesitarlo a él; ni siquiera de respirar solamente por y para él. Tampoco ha elegido el día, ni el mes en que apareció. Ni ha elegido que apreciera por casualidad, ni si quiera eligió pensar en él constantemente desde es día. Pero tiene una cosa muy clara: si puediera haber elegido, le hubiera elegido a él de todas formas.

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