dissabte, 10 de novembre del 2012

Nunca podré decir que no te quise.

Hay momentos del día en los que te invaden los recuerdos. Simplemente aparecen, sin ningún motivo ni explicación. Te hacen sonreír. Causan en ti una sensación de tranquilidad, bienestar, de... felicidad. Hacen que creas que todo sigue igual que antes, que nada ha cambiado ni lo hará jamás. Recuerdas esas conversaciones hasta las tantas que te quitaban el sueño, esas llamadas que duraban horas, pero aún así, te parecían cortas, esos encuentros en un pueblo desconocido y anónimo, esas miradas cómplices, llenas de deseo que solo vosotros entendíais. Te acuerdas de todo. De él y todo lo que tenga relación a él. De sus amigos idiotas y de sus amigas, esas que nunca te cayeron bien. 
Ellos no podían comprender las cosas que hacíamos o por qué luchábamos tanto por algo que  al parecer nos hacía tanto daño, porque sencillamente ellos no veía que todo eso valiera la pena. Pero te voy a decir una cosa, valia la pena por cada lágrima, por cada sonrisa. Valia la pena todo. 

Pero es entonces cuando de repente te das cuenta de que no es verdad, de que nada está igual, y mucho menos bien. Tantas promesas que acabaron en nada. Esas sonrisas se convertieron en muchos nudos de gargantas, unos nudos tan grandes que impiden sonreír... si no estás. 
Y entonces lloras. Lloras como no habías llorado antes, y te das cuenta de lo jodida que estás y de que lo único que te quedan son los recuerdos. 
Algún día tendré el valor de darle a enviar. Algún día...

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