divendres, 16 de novembre del 2012

Se van con putas para olvidar princesas.

Y de repente noté todas y cada una de las miradas de mis acopañantes en aquella noche puestas sobre mí. Me sentí incómoda y miré a ambos lados. El restaurante, aquella noche en la víspera de Noche Buena, estaba lleno. No cabía ni un solo cubierto más, pero en ese momentó sentí como si mis cinco amigos y yo, ocupando una mesa al lado de una de las ventanas, fueramos los únicos en el restaurante, y en el mundo. Dejé de escuchar a la gente que me rodeaba, tampoco era capaz de oír los pasos de los camareros andar a toda velocidad sobre aquel parquet. Todo era silencio. Y miradas hacia mí. Tragué saliva y mis pulmones pedían cada vez más cantidad de oxígeno que yo me resistía a darles solo por no romper el enorme silencio que me había imaginado en mi cabeza. Porque, al fin y al cabo, solo eran imaginaciones mías. Sin embargo, mis amigos seguían observándome, esperando en mí una respuesta que ni mi cabeza ni mi corazón estaban preparados a dar ni a asimilar. Aún así, hice un esfuerzo. Quizás fue por esas fechas, la Navidad siempre me enternecía; o porque no quería disgustar a mis amigos, que ya se impacientaban sugetando con una mano alzada su respectiva copa.
- ¿Y bien, Sonia? -habló Andrea.
- Estamos esperando a que lo digas -continuó Tatiana. 
Volví a tragar saliva y cogí mi copa, la alcé y sonreí de la mejor manera que pude en ese momento.
- Por nosotros -dije sin más. Aunque sabía que ellos esperaban alguna cosa más.
- ¿Y qué más? -dijeron casi al unisón Ignacio y Sandra. Estos se miraron y sonrieron.
- Y por mí -dije al fin. A mí también me cansaba tener el brazo levantado. Todos me miraban. Faltaba algo más-. Y por él, pero por separado. Que no nos merecemos, ninguno de lo dos, eso está claro.
Todos en la mesa sonrieron y brindamos cada uno con su bebida. Noté como la mano de Marina apretaba la mía por debajo de la mesa. Todos eran conscientes de lo que yo había pasado por él, y de lo que significaba para mí haber dicho eso. Le agradecí el gesto de ánimo con una sonrisa y decidí empezar a comer de una vez, ya que nadie se decidía y yo empezaba a tener hambre. Encima de la mesa, guardaban todos los móviles, inactivos. Pero a uno se le encendió la pantalla, avisando que había recibido un mensaje. Todos me miraron. Era el mio. Dejé con suavidad el tenedor y alargué un poco el brazo.
- ¿Vas a romper esta escena tan cálida y coger el móvil? -todos miramos desconcertados a Tatiana y cuando la vimos ponerse roja nos pusimos a reír. 
- Y el premio al último comentario chorra del año es para... -Sandra y Andrea reían al escuchar la voz cambiada a posta de Ignacio-. ¡¡Tatiana!!
La aludida dijó algo entre dientes que nadie pudo entender y siguió comiendo. Yo apoveché y desbloqueé la pequeña pantalla. 
"Feliz Navidad y año nuevo, Sonia. Espero verte pronto, ya sabes que te echo de menos. ¿Vendrás al pueblo estas fiestas?"
Mi cara debió ser un poema o una mismísima obra de Velázquez, porque los cinco me miraban antentamente. Se formó un nudo en mi garganta las manos me empezaron a temblar. Ninguno de ellos preguntó, supongo que no era necesario ya que me conocían demasiado bien.
- ¿Qué te ha dicho? -habló Marina, que llevaba un rato peleándose con un espagueti que quería jugar. 
- No le contestes, Sonia. Borra el mensaje -concluyó Sandra mirándome seriamente. Por un momento creí que me cogería el móvil y me estrellaría contra el parquet. 
- No puedo, es un mensaje de What...
- No le contestes -me cortó Ignacio. 
Asentí con la cabeza levemente y volví a dejar el móvil en su sitio, pero yo me sentía mal. Al fin y al cabo, quedamos en seguir siendo amigos, ¿por qué no debería desearle buenas fiestas? Ah sí, porque quizás se lo tomaba al pie de la letra y se tiraba a una cada noche. Pero, ¿no lo habíamos dejado ya? ¿Por qué seguía importandome? Me levanté de la silla y cogí el móvil. Todos me miraron y yo me disculpé diciendo que necesitaba ir al baño. Me miraron mal. Creo que ninguno me creyó, no porque mintiera mal, sinó porque, en aquel momento, no hacía falta ser muy listo para saber qué queria hacer. Me encerré en el primer baño que vi libre e intenté reprimir las enormes ganas que tenía de romper a llorar. Esa Navidad debía ser perfecta, debía estar con él. Pero, como todo en esta vida, tiene un final. Y las cosas se torcieron y nuestro final llegó antes de lo que esperaba. Llamémoslo distancia, llamémoslo desconfianza, llamémoslo como queramos, pero la cuestión es que ya no quedaba nada de lo que había hacía unos pocos meses. 
"Gracias, Álvaro. Igualemnte, felices fiestas. Sí, claro que subiré. Como cada año". Por un momentó pensé que debía poner un "yo también te echo de menos", pero preferí no hacerlo y lo envié sin más, para no darle más vueltas. Me limpié la lágrima que se me había escapado y salí del baño. Me miré en el espejo: ni rastro de rímel en la cara y el vestido negro ajustado, en su sitio. Salí del baño y caminé hacía mis amigos, que me esperaban en la mesa con los platos casi vacios. 
- ¿De qué habláis? -me itenresé al sentarme de nuevo.
- De si lo que hacemos por ti, es bueno o no realmente. No sabemos si de verdad estamos borrando lo que un día te hizo daño, o si, por el contrario, solo te lo recordamos más.
Sonreí cuando noté que volvía a caer una lágrima y abracé a Tatiana por lo que acababa de decir. 
- Hacéis lo que hacen los amigos. Me hacéis enfadar, a veces incluso os mataría uno a uno entre terrible sufrimiento -todos rieron-, o incluso sería capaz de encerraros en la misma habitación que Falete después de que éste lleve una semana sin comer -volvieron a reír, augmentando el ruido, y algunas de las personas de las mesas cercanas nos miraba y nos suplicaba con la mirada algo más de discreción-. Pero también mataría a quién hiciera falta si os hacen algo. 
Todos se fundieron en un largo "Oooooh" y yo me puse a reír. 
- Nos quiere -dijo Sandra, fingiendo estar emocionada. 
- Y vostros a mí más, inútiles -me defendí poniendo cara de niña buena. 
Volvieron a reír y terminamos de cenar. Todavía no era muy tarde, así que decidimos quedarnos un poco más porque en la calle hacía frio, o al menos, eso nos parecía al ver a las personas que pasaban delante de la gran ventana, tapados hasta el cuello y con la nariz roja del frio. 
- Tengro otro brindis -dijo Ignacio, al terminar la cena. 
Cogimos de nuevo las copas,que ya estaban casi vacías y le miramos todas expectantes. 
- Por todos esos chicos quese van con putas, para olvidar a princesas como la que tenemos aquí -dijo mirándome.
Volvimos a brindar y todos me miraron, como si esperasen que yo hablase. 
- ¿Qué? -pregunté mirándoles haciendo una mueca. 
Pero ninguno respondió. Se limitaron a levantarse de la silla y a avalzarse sobre mí y ahogarme en un abrazo. En otro momento, quizás les abría apartado para coger algo de aire, pero preferí aprovechar el momento y, dentro del abrazo, apagar el móvil sin leer el mensaje que él me había enviado como respuesta al mío. Aquella noche, debía dedicársela a esas personas que ahora estaban casi encima de mí, causando que todos los curiosos del restaurante nos miraran y rieran antes mis súplicas de aire. 
Les quería, no había más. 





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