Me siento dividida en dos. Estoy aquí, esta es mi vida, mi gente, mis cosas que hacer que me arrebatan la mitad del tiempo para no pensar. Pero aquí estoy, con la otra mitad.
Por una parte me gusta este odio íntimo que siento, esta interna sensación de frustación. Vida humilde y corriente, con problemas comunes que te ayudan a valorar, familia con la que pelearte y amigos con los que ya no experimentas la mágica sensación de irse conociendo, pero con los que puedes ser simplemente tú.
La otra mitad de mí se ha quedado en otro país, en otra rutina que me hizo feliz. Cuando cogí el maldito coche ni esa felicidad ni esa mitad de mí cabían conmigo.
Cuando me levantaba a las nueve menos diez y pensaba en lo feliz que era. A esa hora, con ese frío, pero con tanto por vivir en tan pocos días... La rutina que no aburre, porque es una nueva rutina y te encanta. Necesito volver a perderme entre casas iguales, y en ti. Prefiero ir por la calle y que nadie me conozca.
Esta mitad de mí se ha quedado incluso lejos del aeropuerto y no quiero que vuelva. Es más, tengo miedo a que lo haga. Lo que quiero es volver yo misma y reunir las dos mitades cada cierto tiempo. No quiero hacer del pasado un bonito recuerdo. Si me hizo feliz, ¿por qué pisarlo? Quiero revivirlo año tras año, aunque al subir al coche vuelva a hacerme daño y se expire otra vez la mitad de mi felicidad.
Quizás me esté equivocando en mis decisiones mentales, pero lo que tengo claro es que esta sería la mejor equivocación entre mis equivocaciones.
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