Entonces volví a mirarlo a los ojos. No era él. Estaba ausente. Apagado. Su mirada ya no dacía lo mismo que antes. En el ambiente, no se notaba el calor de antes. Fío. Mucho frío. Una pequeá lágrima resbaló por su cara y a mí se me partió el alma. Su mirada no brillaba como siempre, ya no sonreía. Y yo tampoco podía hacer nada para que lo hiciera. Intenté que me mirara, pero no li hizo. Su mirada seguía clavada en el suelo, tan ausente como antes.
Me acerqué a él. Lo suficiente para poder tocar su mano. Por un segundo, noté el frío de su piel. Y él solo se encogió en el sillón. No me miraba. No hacía nada. Otra lágrima bajó rápida por su cara. Y por fin me miró. Sus ojos mostraban miedo. Ganas de huir. Con solo una mirada, puede saber qué pasaba. Agarré su mano, ni podía hacer nada más. Ese frío me paralizó, me dejó sin fuerzas. Ver como lloraba no causaba una reacción buena en mí. No podía.
Suspiré leventemente y entonces tartamudeé un poco antes de preguntar:
- ¿Qué sientes?
- Miedo -respondió agarrando fuerte mi mano, cosa que le agradecí-. Miedo a que te vayas. Miedo... miedo porque sé que vas a irte.
Dirigí mi mirada al suelo y suspiré. Esa vez, lo hice de una forma más pesada. El nudo que ocupaba anteriormente mi garganta, augmentó de tamaño. Rompí a llorar, porque no podía soportar verle así. Y me dolió que dijera eso.
- Sabes que no voy a irme -dije que casi con la voz rota.
- Ahora no, pero quizàs dentro de una semana quieras irte. Quizás dentro de un mes ya no me necesites y te vayas. Tengo miedo de que tú también me abandones.
Desde que su madre se fue hace un par de años, tenía miedo. Miedo a todo. No podía soportar la idea que que me fuera, pero lo que no comprendía es que sin él, no podía vivir. No quería. No me iría nunca porque le necesitaba. A él. Y lo sigo haciendo. Necesito sus sonrisas, sus abrazos, sus tonterías, sus enfados.
- ¿No lo entiendes? -pregunté alzando un poco la voz con rabia.
- ¿Qué tengo que entender?
- Que te necesito. Que no puedo vivir sin ti, que no quiero hacerlo. Que ahora no pienso dejar que la distancia nos gane otra vez, con lo que nos costó ganarla a ella. Que quiero ver tu cara al despertar todos los días. Que no me voy a ir. Que no voy a dejarte. Ya ni siquiera es por ti. Es por mí. Porque si me fuera, no sé que sería de mí. Estaría perdida. No sabría quien soy ni a donde voy. Que te necesito. ¿Lo entiendes?
Otra pequeña lágrima se le escapó por su cara. Y una sonrisa apareció en sus labios. Ya la echaba de menos. Ya necesitaba ver una sonrisa de las suyas. Y se acercó un poco más a mí. Me susurró "te quiero" y me besó. Y volvió esa sensación a mi estómago. Esas "mariposas" como se les suelen llamar. Esa sensación de tocar el cielo, con los pies aun en la Tierra. Necesitaba volverlo a sentir. Ambos sonreímos. Y de mi boca, salió un "no me iré nunca, lo prometo" ahogado en su boca.
Y entonces, sonó el despertador.
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