Déjame pedirte, antes de continuar leyendo, que cierres los ojos y pienses en todas las cosas buenas que hemos vivido, pequeña.
Te acuerdas de cómo nos conocimos? Sin embargo, deberías saber que mucho antes de dirigirte la primera palabra, ya sabía con total seguridad que tenía que entrar de lleno en tu vida. O tú en la mía, llámalo cómo quieras. Suerte, casualidad, destino... tú siempre callada, tan en medio de clase para no dar la nota, tan tímida, con las palabras contadas y escuchando atenta a la profesora. Y yo... yo tan yo; tan repipi, tan en primera fila, tomándome a broma la mitad de la vida. Qué diferentes parecíamos, y que iguales llegamos a ser...
Aun recuerdo la primera vez que hablamos. Qué dulce me pareciste, que carita más pálida e inocente. Hoy han pasado casi catorce años des de aquel día, y no te puedes imaginar la suerte que me repito haber tenido de que me hicieras un hueco, poco a poco, en tu tan planificado día a día.
Te escribo esta carta, para que recuerdes, tantas veces como quieras lo especial y única que eres. Que tienes más fuerza en tu tan delicado cuerpo, que yo y el resto de mundo juntos. Que nunca había visto a nadie mirar como miran tus ojos, siempre tan dispuesta a perdonar cualquier error, cualquier caída. Y en eso, desgraciadamente, en desaparecer y en no estar tengo un máster contigo... porque te escribo esta carta, ante todo, para pedirte perdón y que lo leas una y otra vez. Siento no haber estado ahí cuando has necesitado un hombro cerca para decirte que tiemblo tan solo de pensar en verte triste y derrumbarme y yo mucho antes de poder ayudarte a ti. Es que se me hace imposible el dolor de verte a ti en el suelo, y eso es lo más egoísta que he hecho, con diferencia, a lo largo de mi vida.
Por suerte tú ya me conoces y sabes que me ha costado menos hablar escribiendo que mirándote a los ojos. Y ojalá pudiera mirarte a los ojos, mientras lees esto, y es que se me pone una sonrisa idiota en la cara de imaginar que te sigo mirando a la cara cuando tengamos ochenta años y yo siga llamándote cómo te llamo, y tú sigas llamándome cómo me llamas... escribo esta carta para decirte que siempre estaré ahí, aunque esté lejos, aunque a veces no me veas. Te escribo esta carta para decirte que hoy vuelvo a prometer no volver a dejarte caer. Y si lo hago, y si lo vuelvo a hacer, volveré a necesitar que me perdones; que me mires y me digas "no te preocupes, que yo ya sé cómo eres, y sé cómo es tu forma de querer". Y es así, tú ya sabes cómo es mi forma de querer, y no te imaginas cuánto te quiero y cuánto daría para que vieras lo preciosa que eres cuando eres tú la que más te quiere.
Y no has cosa más bonita, es que no hay cosa más bonita, que la sonrisa que debes estar poniendo ahora.
Feliz Navidad, pequeña.
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