Risto Mejide.
El azul príncipe desteñía a un morado intruso con la luz del amanecer, y los zapatos de cristal estaban ya disponibles para cualquier talla, sexo y condición. Todo empezaba a ser mucho menos colorín y mucho más colorado. Ellas juraban que solo salían para divetirse. Ellos jurarían lo que hiciese falta para no acabar divirtiendose solos.
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