Sacó del bolsillo izquierdo un pitillo, y del derecho un mechero. Se colocó en la boca el cigarro y aspiró mientras lo encendía. Ya que se sentía ahogada por el mundo, quería ahogarse también por algo que pudiese controlar. Aquella sensación la podría describir como sentir que no era dueña de sus emociones y su cuerpo, y siempre resulta más fácil hacerse daño para sentir un dolor físico, antes que aceptar que hay cosas que no podemos controlar y que existe un tipo de dolor que nunca cesa, con el que tenemos que aprender a vivir. La ausencia del que en tiempo atrás había secado sus lágrimas y acunado su cuerpo en noches de tormenta, la había empujado a refugiarse ahora en tantos hábitos que no la convenían, que ya había perdido la cuenta. Mientras daba otra calada a su cigarro se subió las mangas del jersey. Su piel estaba marcada por las cicatrices de sus desilusiones. Le escocían y algunas aún sangraban. Le gustaba pensar que a él no le causaría especial alegría saber que ella mutilaba su cuerpo de esa forma y creía firmemente que dándole lástima volvería.
No se daba cuenta, de que los amores una vez que se van, nunca vuelven. No se daba cuenta, de que una ruptura no es fácil, pero se termina saliendo del pozo. No se daba cuenta de que lo que empieza, acaba. No se daba cuenta de que lo bueno siempre tiene un final. No se daba cuenta de que el mundo sigue girando, y el tiempo en este reloj continúa corriendo, y la vida sigue pasando siendo demasiado corta como para lamentarse y hacernos sentir culpables, por cosas que simplemente tenían que pasar.
Siempre es más fácil culparnos por algo de lo que realmente nadie tiene la culpa, antes que aceptar que carecemos del poder para solucionarlo.
El final es inminente, todo es finito, y nada dura eternamente.
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