- No entiendo ni entenderé, cómo puedes leer ese tipo de cosas -protestó, como todas las mañanas en la cafetería del instituto.
- Tú lees sobre política, sobre el mundo y sobre la crisis, y aquí yo no me quejo.
- Lo mío son cosas importantes, cosas que nos envuelven. A ver, señorita, ¿qué estás leyendo ahora?
- Cómo los protagonistas han hecho el amor -se llevó las manos a la cabeza. Yo me reí, tomando un sorbo de su zumo de naranja.
- Qué guarrilla.
- Gracias.
- Bueno, pues dado que sonríes tanto leyendo ese trozo de capítulo, ¿te importa leérmelo?
Arqueé las cejas.
- Te lo estoy diciendo en serio -sonrió. Yo, me aclaré un poco la voz, y comencé a narrar el pequeño trozo de amor que había en ese libro nuevo, del que nadie había oído hablar nunca.
"Un pequeño rayo de luna separaba sus caras. Los rayos iluminaban la habitación, y un par de mantas y cojines, hacían su nido de amor en el suelo. Ella temblorosa por el frío, se acercó a él. Suspiró dentro de su boca y rodeó con sus brazos su cuello. Le susurró, una vez más, hagámoslo de nuevo. Pero él movió la cabeza en señal negativa, y besó su frente.
La lluvia no cesaba. Los truenos cada vez eran más fuertes, el frío más congelado, y las nubes más oscuras. Aquel pequeño rayo de luz se había apagado con el último ruido, y aquel susurro se había perdido entre besos.
No podían aguantar sin hacerlo nuevamente.
La pasión se había vuelto dueña de sus actos. El color de las mejillas de ella era melocotón rosado, y los labios de él eran pura pasión roja, del carmín que antes llevaba ella. La ropa se había perdido entre las sábanas, al igual que su ropa interior.
Uno encima del otro.
Sin descanso.
Sin pudor.
Él se colocó sobre ella. Bajó de los labios hasta el cuello, del cuello hasta sus pechos, y de sus pechos, hasta su barriga. Despacio, recorriendo lo que nunca antes había recorrido. Creando pequeños caminos con sus labios, mientras ella seguía susurrando hagámoslo de nuevo. Volvió a subir por donde antes había bajado, y entrelazó sus manos con las de ella. La miró a los ojos, tan marrones y a la vez tan brillantes, por el extraño esplendor que desprendía, y la besó detrás de la oreja.
El último trueno sonó.
Se miraron. Despacio, sin prisas y sin agobios. Y cuando por fin no podían saciar su amor con más besos, no podían acariciarse más la piel como terciopelo, volvieron hacerlo. Volvieron hacer el amor con más intensidad que antes.
Hagámoslo de nuevo, dijo ella, una vez más. Hagámoslo otra vez.
Y así, durante toda su vida. Hagámoslo las veces que sea falta. Las veces que necesitemos saciarnos. Todas las veces posibles."
- Es...-Intentó pronunciar-Es sencillamente increíble. ¿De quién es?
- Nadie lo sabe. Es un libro anónimo. Bueno, mejor dicho, anónima. Es una mujer, una niña, una adolescente. Nadie lo sabe. Su sueño era escribir un libro, no venderlo. Simplemente publicarlo, así, sin más. Quizá tú leerás sobre el mundo, pero hay gente que con un libro intenta cambiarlo. Con un sueño. Y me parece increíble, en cierto modo. Porque ha cumplido su sueño y a más a más, ha ayudado a todos aquellos que lo necesitaban. Realmente es una mujer de oro.
- Sí, en eso estamos de acuerdo -sonrió y me miró a los ojos. Por un momento quise tener el valor como esa mujer de decírselo, y soltar todo aquello que llevaba matándome por dentro, desde que lo hicimos en aquella fiesta, cuando ibamos un poco bebidos. Pero luego caí en la cuenta que sólo erámos amigos.
Y que quizá no podríamos volver a repetirlo.
No podíamos hacerlo de nuevo.
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