Recuerdo perfectamente cómo pasó, es uno de esos momentos de la vida que no quieres ni puedes olvidar nunca. Ella estaba ahí, tan guapa como siempre. Con esos ojos verdes y grandes que me tentaban a perderme en ellos. Sin embargo, me mataba por dentro que solo fueramos amigos. Así que me armé de valor, que no sé ni de dónde saqué, y me acerqué a ella decidido a acabar con nuestra amistad y empezar, si tenía esa suerte, algo más. Me temblaban las piernas y me fallaban la fuerzas para sostenerme de pie delante de ella. Sabía el enorme riesgo al que me iba a someter.
- Tengo que decirte algo, Sofi, pero tengo que decirtelo mirándote a los ojos... -le susurré mientras ella miraba todo y nada que nos rodeaba. La verdad, es que no pude descifrar qué observaba con tanta atención.
- Tú también me gustas a mí, Marcos -dijo girando la cabeza hacia mí, haciendo que nuestras narices se tocaran.
Me quedé de piedra. ¿Ella también podía sentirlo? No me faltaron ganas de ponerme a dar volteretas de la felicidad o cogerla de la mano y ponerme a correr, hasta que vi en sus ojos un brillo distino al de siempre. Un brillo que no expresaba alegría y felicidad, como cada día. En ese momento, expresaban rabia y dolor. Mi sonrisa se volvió gris, hasta que terminó desapareciendo por completo cuando dijo:
- Tengo novio.
Le solté la mano que segundo antes le había cogido casi sin darme cuenta y retrocedí un par de pasos para asimilar bien lo que acababa de escuchar.
- Pero no le quiero -dijo mientras volvía a mirarla a los ojos. Algo dentro de mí se rompió cuando pude ver que los ojos empezaban a enrogecer, si la veía llorar me hundía.
- ¿Tienes novio, y no le quieres? No entiendo nada, Sofia -dije intentando que mi voz sonara dulce, aunque en ese momento solo quería gritar.
- Te quiero a ti, pero...
- ¿Pero? Tienes novio, no le quieres porque quieres a otro que también siente lo mismo por ti. Yo le veo una fácil solución. Déjale y vente conmigo.
Me miró un minuto, casi un segundo. Apartó la vista enseguida porque no era capaz de manterme la mirada, aunque yo a ella tampoco.
- No puedo hacerlo -dijo en un susurro, casi que dudé si lo había dicho de verdad o me lo había imaginado-. No puedo -volvió a repetir más alto.
- ¿Por qué?
- Porque tengo miedo.
Me quedé callado durante unos minutos mientras miraba al "todo" y al "nada" que Sofia miraba antes. Y entonces entendí qué estaba mirando. A lo lejos, muy a lo lejos, vi unos nubarrones negros llorando qu estropeaban el paisaje. Y entonces lo entendí. La felicidad está rodeada de dolor. No entendía a qué le tenía mieda exactamente, pero puede hacerme una pequeña idea.
- Esto va a funcionar, Sofi -volví a acercarme a ella-. Lo sé, no me preguntes por qué, pero lo sé, Debe ser así. Ambos nos merecemos un final feliz. Y para mí, mi único final feliz lleva tu nombre tatuado con fuego. No puede ser de otra manera.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? -dijo elevando el tono de voz.
- No lo estoy, pero te quiero. Y eso es lo único de lo que estoy seguro, pero me vale. ¿Y a ti, también te vale?
Me volvió a mirar.
- Me vale.
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