A veces añoro aquellos años de mi infancia en los que ser la pequeña significaba ser la prioridad de la casa y el único deber era ser feliz. Los años todavía no han borrado todos los recuerdos de mi infancia, aún quedan muchos y espero no borrarlos nunca. Todavía puedo escuchar la voz de mi mejor amiga, sí, esa chica de ojos oscuros que se fue a vivir lejos cuando todavía éramos una crias. Echo en falta muchos momentos con ella. Recuerdo cuando me tenía que subir a un taburete para alcanzar las galleta del estante, cuando mi madre me arropaba antes de dormir, cuando me llevaban a comprar ropa y yo me enfadaba porque me hacían ponerme cosas que a mí no me gustaban, cuando jugaba con ositos de peluches como si tuvieran vida propia, o cuando, todas las veces que me caía, me levantaban y me acariciaban la herida hasta que dejaba de llorar. Recuerdo que el mayor premio que podía recibir, era una muñeca. Yo era feliz jugando solo con eso. Veía mis padres como personas inmortales, me sentía tan segura en sus brazos. Recuerdo lo poco cariñosa que he sido, y sigo siendo, desde siempre. Me despreocupaba de todo, solo quería ser mayor.
Todos debemos crecer y madurar, y seguir con nuestras vidas, pero lo más importante es que aunque la vida siga y nosotros sigamos envejeciendo, no podemos permitir que nuestro Peter Pan desaparezca y se hunda en el recuerdo.
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