Me he dado cuenta de una cosa: tienes varias risas. En realidad, tienes cuatro. En primer lugar está tu risa tronchante, esa en la que te falta el aire para poder seguir riéndote aún más, y es tan contagiosa... aunque a veces también me irrita cuando te ríes de mí. En segundo lugar, está tu risa mágica. Esa que te sale cuando me llamas de madrugada, tras unos cuantos cubatas de más. Después, hay día que se te cruzan los cables y ahí es donde nace tu tercera risa, la misma que me hace reír aunque lleve un día de perros, y es que te sale sola. Empiezas a contarme cómo te ha ido el día y te ríes de cualquier chorrada, y nos reímos, y al final de esas carcajadas compartidas (la mejor música para mis oídos), suspiras y susurras "te echo de menos".
Pero esas risas no tiene nada que hacer cuando te sale la que me dedicas cuando estás mal. Cuando tú estás tocando fondo y llego yo, desde el otro lado del teléfono y dejo caer alguna tontería de las mías, de esas que no tienen pies ni cabeza. Y aquí llega, tu última risa, la más especial, mi risa. Esa que me mezcla sollozos y carcajadas, seguidos de un "eres tonta".
Y por esa risa, perdería lo que hiciera falta, porque es la risa que me dice "tú me salvas" y si consigo que al menos, por un instante, sonrías gracias a mí, me basta.
Que no te quepa la mayor duda, por esa risa doy lo que haga falta.
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