Siempre he querido ser un pez, porque dicen que ellos no tienen memoria y no pueden acordarse de nada. Y si no te acuerdas de nada, puedes levantarte cada día y vivirlo todo de nuevo, como si fuese la primera vez. La primera canción, el primer beso, la primera vez que le ves, la primera vez que te derrites cuando le haces el amor. Porque hay ciertos momentos mágicos en la vida que deberían transmitir siempre lo mismo, como cuando esa persona te toca y sientes que te estorba la piel. Que sales de ti, que tu alma pide a gritos salir volando. Esa sensación de plenitud infinita y eterna al hacer el amor con alguien. De sentir que ya no existes sin esa persona.
Pero no somos peces, somos personas. Y sentimos, y herimos, y lloramos, y hacemos daño, y reímos, y lo pasamos mal, y queremos con todas nuestras fuerzas, y somos egoístas, y egocéntricos, y recordamos. Recordamos, sobretodo, recordamos las cosas que más daño nos hacen, porque somos así de masocas.
Olvida lo negativo y enfócate en lo positivo. Lo que no sirve hoy, no creo que te sirva mañana. Los buenos momentos se convierten en buenos recuerdos, y los malos... en buenas lecciones. Los errores no se niegan, se asumen y las tristezas no se lloran, se superan. Y respecto al amor... en fin, el amor no se grita. Se demuestra.
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