- Y... ¿qué se siente? -le di otro sorbo a la cerveza que tenía en mis manos mientras ideaba alguna excusa por si mi padre preguntaba qué había pasado con su última lata.
- ¿A qué te refieres? -la miré extraña. No sabía a qué se refería.
- Ya sabes... al tener un... orgasmo -dijo casi en un susurro y sin mirarme a los ojos, dejando que se notara en su voz un toque de vergüenza. La miré sorprendida y no pude evitar soltar una pequeña carcajada. Siempre me hizo gracia la manera en la que hablaba cuando algo le daba vergüena, el tono de voz que ponía, que se podía comparar con el de la voz de una niña dulce e inocente.
- Pues... no se puede describir con exactitud, y si se puede, yo no sé. Pero mira, yo creo que es como ir a una fiesta de pijos, vestido con un chándal, porque te sientes libre. O como ir con un bolso de Dior en un callejón oscuro y con gente que te mira mal, porque sientes esa adrenalina, que aunque puede ser molesta, te encanta. O cuando te subes en una nueva atracción, y estás nerviosa porque no sabes cómo será y cómo te hará sentir. O cuando te subes a un avión y por la ventanilla ves las nubes bajo tus pies, porque es como tocar el cielo. O cuando haces alpinismo en una montaña, porque quieres llegar a lo más alto. En definitiva... -la miro y observo a una niña atenta a mis palabras. Me quedé un momento en silecio para prolongar su nerviosismo y me miró deseosa para que siguiera hablando- En definitiva, tener un orgasmo es... tener un orgasmo.
Me miró con el ceño fruncido y me tiró un cojín a la cara. Me puse a reír por su mala puntería y me miró con mala cara.
- Muy lista -dijo sacándome la lengua.
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