— No hay nada que contar. Me dijo que no había necesidad de hablarlo porque ya era tarde —me encojí de hombros y me levanté para dejar la foto en mi escritorio. Salía tan guapo... acaricié su cara con mi pulgar y sonreí mientras una lágrima impactaba contra su cara.
— ¿Y qué hiciste?
— Pues le hice caso, le escuché y me alejé de él. Sin mirar atrás, para no poder arrepentirme. Y no me arrepiento.... Sé que algún día encontraré a alguien nuevo, que me haga feliz —me quedé callada. ¿De verdad podría encontrar a alguien que me hiciera tan feliz como él?
— Pero... —dijo mi mejor amiga, como si me estuviera pidiendo un motivo contrario a mis argumentos.
— Pero estoy destrozada —solté de repente, como liberándome de esa gran verdad que llevaba pesándome mucho tiempo—. Pero me obligo a mí misma a decirme que estoy bien, que todo va bien. Que estoy mejor sin él.
Nos quedamos calladas y noté su mirada puesta en mí. Pero yo no la miré, porque si lo hacía me obligaba a mí misma a sonreír para que no se preocupara todavía más.
— ¿Y si vuelve? ¿Qué pasará entonces? —la miré sorprendida. Nunca había replanteado esa idea. Pero nunca la había replanteado porque la veía imposible.
— No importa lo que diga, no voy a regresar. Nuestro puente se quemó, y yo ahora...
Me miró y me sonrió, pero yo siguí seria. No tengía ganas de sonreir.
— Ahora eres fuerte —terminó la frase por mí.
— Jugó conmigo, me traicionió. Su amor no era más que un maldito juego. Tomó el control de la relación y no pude evitar caer. Pero ahora veo las cosas claras.
— Me alegra oír eso, hermana. —la miré y sonreí. SIn fingir, de verdad. La abracé, y al soltarla, me di cuenta que lo peor ya había pasado, que ahora tocaba ser feliz.
— Me gustaría ir a su casa para decirle que no malgaste sus lágrimas falsas conmigo, que se las guarde para quién se las crea.
Me levanté de la cama para coger la foto que minutos antes cogí y la tiré a al basura, sin arrepentimiento, sin sentimiento de culpa.
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