Encendió el último cigarro de la noche y le dio la primera calada. Después de retener durante unos segundos el humo, lo expulsó en un suspiro. Desde aquella terraza, se podía escuchar la música y el jaleo que había montando a pocos metros de ella. Parecían divertirse todos, pero ella no quería entrar. Tampoco parecía que nadie la echase de menos. Miró al cielo y contempló las estrellas. Se sentía tan pequeña, tan vacía. Otra calada. Otra vez la sensación de vacío. La música se escuchaba más alta, algún gracioso con ganas de ser el centro de atención buscaba que algún vecino llamara a la policia. Pero ese gracioso no debía ser el centro de atención, no esa noche. Debía serlo ella. Porque esa noche cumplía los 16. Pero, al parecer, la lista de invitados había sido mal redactada, ya que ninguno se molestó en preocuparse por la cumpleañera. Llevaba casi una hora sentada en el suelo frío de aquella terraza. Era el tercer cigarro que se fumaba ya, pura bomba llena de nicotina.
Todavía recuerda aquellas noches, en un pueblo del que no quiere volver a saber nada, con gente con la que ha perdido el contacto desde hace demasiado.
- Prefiero morir de amor antes de morir fumando -habló una chica peliroja, con gafas negras de pasta y jugando con una pulsera morada que llevaba en la mano.
- Yo de eso ya he muerto -conestó ella, mirando de reojo al chico que tenía a su derecha. Pero él no se dio cuenta, de nada. Ni de que le miró, ni de que fue él quien un día la mató por amor-, y para una segunda oportunidad que me da la vida, mejor me enamoro del humo que de un chico.
Nadie contestó ante tal comentario. A algunos les pareció inapropiado que una niña de 14 años dijera eso. Y a otros, simplemente, se la resbaló.
El caso es que, en su fiesta de cumpleaños, en sus 16, nadie mostraba interés en ella. Última calada a su cigarro, ya que no daba para más. Alguién abrió la puerta de cristal de aquella terraza. Ni siquiera se molestó en esconder el cigarro.
- Entra -habló su amiga y vecina desde los tres años.
- Estoy bien aquí -se escongió de hombros ella.
- Venga, por favor.
No dijo nada más. Suspiró y lanzó el cigarro, haciéndolo volar un poco antes de estrellarse bruscamente contra el suelo. Siguió a su amiga hasta el comedor, la música había disminuido mucho el volumen. Todos la miraban y sonreían.
- Pide un deseo -le gritaron algunos cuando colocaron la gran tarta delante de sus narices.
Ni siquiera se lo pensó, no lo necesitaba. Exhaló aire y en un susurro, casi inaudible deseó:
- A ti.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada