Exhalé el último suspiro y continué permitiendo que me destrozaras, despacio.
Como si la ruina que creabas en mí se tratara de la mayor droga que pidiera meterme en las venas, como si el caos que formabas en mi interior me hiciera bien. Llámalo amor, llámalo masoquismo, llámalo locura, llámalo inestabilidad. Pero sobretodo, llámame a mí. Porque lo necesito.
¿Te mataba tenerme tan lejos que decidiste matarme a mí?
¿Recuerdas esas conversaciones eternas? Cuando hablábamos de casarnos, de vivir juntos, de viajar juntos. O cuando te burlabas de mí porque tú sabías nuchas más cosas que yo y luego me pedías perdon de la forma más dulce que puede haber. ¿Te has olvidado ya de nuestros pequeños secretos? O de ese "te quiero" acompañado de los latidos desacompasados de mi corazón que me costó tanto decir, pero que al final dije.
Ay, cómo duele recordar, ¿eh?
Me huviera gustado susurrarte mis ilusiones en tu oreja, como una niña pequeña que acababa de despertar la noche del cinco de enero.
Llámalo esperanza, llámalo pequeños detalles, llámalo felicidad. Pero prometiste llámarme a mí, y no lo hiciste.
Me huviera gustado estar ahí a tu lado en tu cumpleaños, o en el mío. Despertarme y verte cada día aún dormido. Así, ¿quién no querría vivir eternamente?
Llámalo como quieras, pero llámame algún día.
Nací entre latido y pecho.
Morí entre mis sueños, enredada en tus sábanas.
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