Lo miraba detenidamente. estudiándolo detalladamente, esperando así, ser capaz de comprenderlo. Comprender por qué me hacía esto. Lo tenía delante, pero no sabía qué decirle después de todo lo vivido. ¿Un perdón?, ¿un gracias?, ¿un vete de mi vida y déjame en paz? En realidad, yo no quería paz. Yo le quería a él. A él y a su manía de hacerme sonreír. A él y su forma de ignorarme. A él y a su forma de mirarme. A él y a su forma de enfadarse conmigo y a los dos minutos decirme "te quiero tonta". Quería que me besara hasta mi boca se quedará seca. Quería fundirme con él todas las noches de mi vida. Quería quitarle esa máscara de chico sin sentimientos. Quería que fuera solo mío. Quería sentir su pulso acelerado encima de mi corazón.
Por eso, cuando por fin se dignó a mirarme, solo pude dibujar el contorno de sus labios y besarle. El beso sabía a un "adiós". Sabía a un "ya no podemos estar juntos". Amargo. Jodidamente amargo. Pero había que aceptarlo, cuando se quieren tantas cosas, al final, acabas perdiéndolo todo.
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