divendres, 25 d’octubre del 2013

Te echo de menos.

Me enamoré de ella tres minutos antes de bajar del andén por primera vez desde que la distancia se interpuso entre ella y yo. Cuando miré el móvil y leí, de sus propias manos "no quiero irme, ni quiero que te vayas". Y la muy impaciente ni siquiera había llegado todavía. 
Me enamoré de ella cuando cruzó media ciudad, sola, en apenas minutos, muerta de miedo al ser consciente de dónde estaría en unos pocos minutos. Mirándome a los ojos. Llegué treinta y cinco minutos tarde a la primera cita, y me parecen pocos. Y me parecen pocos, teniendo en cuenta que yo me pasé dos años esperando a que ella volviera. 
Ojalá hubiera podido cumplir mis quince, o mis dieciséis, a su lado. Y no hablo de velas; porque lo sueños, junto a ella, están empapados de realidad y cumplo uno cada vez que la veo. 
Me enamoré de ella cuando me habló de la realidad y entonces yo me callé por si descubría que mis manos estaban cubiertas de nubes en dónde me pasaba horas buscando figuras, como las que buscaban las personas cuando se tumbaban mirando al cielo. Aunque algunas de esas personas lo único que busquen sea una excusa para no sentir tanto vértigo al mirar sus propios miedos. Ella le tiene miedo a volar, y a pronunciar ciertas palabras, y  a enamorarse. Por eso me enamoré de ella.
Porque este es el tipo de poesía de las que suenan mejor cuando leen acompañadas. Aunque carezcan de todo tipo de reglas que debe tener una poesía para llamarse como tal. 
Ella no necesita ritmo, porque baila en los lugares dónde nadie más baila. Y le da igual lo que piense el resto. La canción la lleva dentro. Tiene en la piel una declaración de amor, y os juro que no me temblaría la mano por entrar en un combate cuerpo a cuerpo y defender esa bandera que algunos llaman "Karen". 
Nunca la he visto llorar de alegría, y lo estoy deseando. Nunca voy a olvidar la primera vez que la vi sonreír, olvidándose de que yo estaba ahí, dispuesta a echarla de menos. Aunque me matara por dentro, pero en silencio. Para no levantar sospechas. 
Y no intentaré escribir sobre nuestra amistad, porque si yo escuchara esto sin ser una de las dos piezas de la historia, me moriría antes del primer asalto. Y sería una putada privar al mundo de esta obra a la que yo llamo por nuestro nombre. Por el suyo, voy a llamar a todas las ganas que tengo de volver a verla y recorrerme el mundo a través de sus ojos. Que es cierto eso de que lo importante no es llegar, sino viajar a su lado.
Me enamoré de ella, pero eso no es extraño. Lo extraño hubiera sido no hacerlo. Como me parece extraño que no os enamoréis vosotros al escucharme hablar de ella y explicar por qué me enamoré de ella, y por qué sigo haciéndolo cada día desde que entró en mi vida (y se fue). 

Te quiero mucho, hermana. 

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