dimarts, 24 d’abril del 2012

Titanic.

Dos lágrimas caían contra el agua helada de esa zona. Él ya no estaba. Ni él, ni su corazón. También se había hundido con Jack.  Con él, se habían ido, miles de sentimientos  que ahora, ni el más prodigioso muchacho podría hacerle sentir. Él no estaba, ni él ni ella. Ella se había muerto en el instante en que él no respondió, que se esfumó entre entre la negrura del óceano. Con él, se fue el primer encontronazo y su manera de salvarle la vida. Con él, se fue la irresponsabilidad de su familia, la velocidad que tomó su respiración, la vitalidad de su corazón. Ya no existía un Jack, ya no existía una Rose. Ya no existían, se habían unido dos almas que ahora estaban separadas. Dos almas separadas por el frío, por la glacial tempestad de recuerdos hechos trizas. Fin de la existencia de los dos, ninguno vivía. Uno en vida y otro en muerte, se recordaban más que a si mismos, o a lo que quedaba  de ellos.
















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