divendres, 23 de novembre del 2012

Mismas proporciones.

La única diferencia entre la mente y el corazón, es que la mente te dirá lo más correcto e inteligente, y el corazón te dirá lo que harás de todos modos.
Porque es así. Porque todos actuamos así. Es como un instinto humano, porque el corazón fue creado solo porque la razón necesitaba un oponente contra el que luchar. Y, por suerte o por desgracia, siempre, siempre hacemos caso al corazón. Porque es un sexto sentido, un defecto o una virtud que compartimos todos los seres humanos. Tiramos más al corazón antes que a la razón, y es así. No es malo, pero tampoco es bueno. Es lógico. Sí, lógico; es lógico hacer caso al corazón antes que a la razón. Porque la razón tiene la respuesta correcta, la solución inteligente; pero el corazón no entiende de inteligencia ni de cosas correctas. El corazón entiende de sentimientos, es así de simple. Porque los verdaderos sentimientos se demuestran, de manera inconsciente. Al corazón le duele hablar de amores imposible, o amores platónicos. En cambio, a la razón le divierte torturarte pensando que estás a años luz de la persona que quieres. Por eso, el corazón, prefiere hablar de amores improbables. Porque cuando algo es improbable, existe alguna provabilidad, por pequeña que sea, la hay. Y eso ya es suficiente para que el ser humano se tropiece con la misma piedra, caida tras caida. Porque no empeñamos en pensar y en creernos los "podría ser..." y los finales felices, olvidando que lo finales felices son de película porque, efectivamente, la mayoría duran dos horas. El corazón, es inexacto, es indeciso, es un hijo de puta. El corazón no concreta, es subjetivo y, aunque intenta convencerte de que hacer lo que sientes es bueno, te ciegas y la realidad termina quitándote la venda de los ojos a golpes.
¿Solución? Yo tampoco la sé aún. Quizás el remedio esté en no hacer caso a la razón, ni al corazón; o en hacerles caso a los dos. De manera equitativa, a partes iguales.

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